En julio de 1977 podíamos leer en un conocido semanario que el periodista Robert Toth (no confundir con Max Toth) había sido detenido por la KGB en Moscú. La acusación que pesaba sobre el corresponsal de «Los Ángeles Times» era grave: espionaje de secretos estatales. Toth fue puesto en libertad después que los soviéticos se hicieron con una veintena de hojas, acompañadas de gráficos y fotos, que describían diversas experiencias bioenergéticas. Esta documentación había sido realizada por el científico Valery Petukov, director de un laboratorio biofísico controlado por el estado soviético.
Como vemos, en la URSS se cree en la bioenergía hasta el punto de considerarla un secreto de estado. Y esto no debe extrañarnos, porque la aplastante evidencia que nos suministra continuamente la investigación nos lleva a creer no sólo en la existencia de una energía propia de los seres vivos, sino también en la capacidad que tiene el ser humano de captar, a un nivel inconsciente, energías inmensas que puede modular y dirigir.
Las investigaciones de Petukov parecen haber demostrado la existencia de partículas energéticas, portadoras de información y susceptibles de ser medidas, que justificarían la existencia de la telepatía y demás fenómenos producidos por una energía distinta de las hasta ahora estudiadas por la física. Estas partículas se producirían en el momento de la división de las células.
La existencia de esta energía se ha visto confirmada por otras experiencias, como las realizadas recientemente por Kusch, Rabi y Milman, de la Universidad de Columbia, en los Estados Unidos, que han demostrado, gracias a la ayuda de nuevos instrumentos, la existencia de vibraciones que se transmiten de molécula a molécula, convirtiendo a las células en transmisores y receptores de ondas que funcionan sin cesar.
Estas investigaciones son sólo una parte de las que se realizan en torno a la producción de energías por la célula, y no ha sido Petukov el único que ha comprobado la importancia de la mitosis, o proceso de división celular, en esta emisión de energías.
El pionero de estas investigaciones fue el soviético Alexander Gurvich, que ya en los años treinta había descubierto una radiación a la que llamó «mitogénica» porque se originaba durante la mitosis en las raíces de algunas plantas. Esta radiación, emitida también por los seres humanos, sería similar a la luz, y más potente que los rayos ultravioletas que recibimos del Sol.
En la URSS se han proseguido las investigaciones de Gurvich, ampliando sus descubrimientos en dos direcciones. La primera ha sido la dedicada al estudio de la influencia que la radiación mitogénica ejerce sobre los seres vivos.
En este sentido destacan los científicos Kaznacheyev, Schurin y Mikhailova, de Novosibirsk, Siberia, que después de realizar varios miles de experiencias llegaron a la conclusión de que las enfermedades se transmiten por medio de una radiación similar, aunque no lo son, a los rayos ultravioletas. Como probaron que las células enfermas pueden contagiar a células sanas, aunque se encuentren separadas por una pared de cuarzo. Como las células se transmiten continuamente información, en el caso de enfermedad de las mismas es muy importante evitar que esta información sea recibida por las células sanas. Lo más curioso es comprobar que una de las substancias químicas que dichos científicos han utilizado con más éxito para interferir esta radiación nociva, ha sido el ácido acetilsalicílico, o sea la vulgar aspirina.
El segundo camino seguido por los soviéticos es el del análisis de la energía emitida en el proceso de la mitosis celular.
Mosolov y Kamenskaja han comprobado la existencia de campos energéticos y de oscilaciones ultrasónicas, éstas con frecuencias del orden de 10,6' a 10,7 Hertz (entiéndase 10 a potencia 7, es que no sé cómo se ponen los índices con este programa), que formaban parte de la radiación mitogénica. Boris Tarusov, director de biofísica en la Universidad de Moscú, afirma que la emisión de luz fría es común a todos los seres vivos y' no una propiedad exclusiva de coleópteros como la luciérnaga. Las observaciones evidencian esta luminiscencia en forma de emisión de fotones, dentro de un área de frecuencias que abarca desde la luz visible hasta la ultravioleta.
Por si fuera poco, Tarusov ha descubierto el lenguaje del mundo vegetal, afirmando que por medio de la modulación de su luminiscencia, las plantas emiten señales que nos informan de sus necesidades y nos avisan de las enfermedades que las amenazan en un futuro próximo.
En los Estados Unidos, para algunos la búsqueda de la bioenergía ha sido precedida por la creación de un modelo electrónico con el cual han identificado el organismo humano.
Así, el doctor George Crile considera que cada célula es como una diminuta pila eléctrica que genera su propia corriente por medios químicos y utiliza como conductor al sistema nervioso.
Otros investigadores han continuado los trabajos de George Lakhovsky sobre la aplicación de corrientes eléctricas de baja intensidad para regenerar los tejidos humanos. Uno de ellos, Robert D. Becker, ha comprobado que la aplicación de estas corrientes continuas de diminuto amperaje consigue acelerar la curación de fracturas, restaurar los tejidos humanos y regenerar las células. Becker cree que la aplicación de un campo electromagnético induce en el núcleo una carga que al elevar el nivel energético de la célula incrementa su vitalidad.
Finalmente, creemos que las conocidas investigaciones de Cleve Backster con las plantas, nos proporcionan la evidencia de un nivel de comunicación entre todos los seres vivos. Recordemos, entre todas, aquella experiencia realizada sin la presencia de seres humanos, en la que las plantas reaccionaban violentamente en el momento de la muerte de camarones que se encontraban en una habitación alejada.
Esta reacción podría justificarse por la existencia de una red de información bioenergética que relacionase toda la biosfera.
Después de este breve repaso a los estudios sobre la bioenergía, vemos cómo se llegó al descubrimiento de los biocampos.
El psiquiatra John Pierrakos, es quizás el científico que ha sabido dar la imagen más gráfica de lo que es un biocampo; esta facilidad puede ser producto de su capacidad de visión directa del flujo bioenergético de sus pacientes, habilidad que le ha permitido, después de años de observación, llegar a las siguientes conclusiones:
El latido de las energías interiores del organismo, se expresa fuera del cuerpo como un biocampo que puede extenderse hasta una distancia de varios metros. Este biocampo tiene una pulsación continua, con una frecuencia del orden de 15 a 25 pulsaciones por minuto. Las líneas de fuerza que forman el biocampo adoptan una forma similar a un ocho, con variaciones producidas por su estado de movimiento continuo. En el biocampo influyen las condiciones atmosféricas y la polaridad de las cargas existentes en el aire que lo rodea.
De estas imágenes que nos permiten asimilar intuitivamente la idea del biocampo, pasaremos a una investigación que ya es famosa en el campo científico. Nos referimos a la iniciada, hace más de cuarenta años, por dos científicos de la Universidad de Yale, los doctores Harold Saxton Burr y F. S. C. Northh)p. Estos científicos. descubrieron cómo todos los seres vivos conservan su organización interna, a pesar de la renovación continua de las células.
La explicación reside en una compleja organización de biocampos dirigida por un campo más amplio y global al que llamaron «campo L". Este cubre como una funda al organismo y controla por medio de los campos menores emitidos por los diferentes órganos. El control existe desde el nacimiento (en realidad desde la fecundación) hasta la muerte, manteniendo la forma característica de cada ser vivo a lo largo de toda su vida.
El campo L es algo más que una inteligente teoría; es susceptible de medida y con un aparato muy poco exótico: el milivoltímetro. Si queremos medir el campo L en un ser humano, bastará con que aproximemos un electrodo del aparato a la frente del sujeto, y el otro a la palma de la mano. La medida tenida será la diferencia de voltaje entre ambos puntos del campo L. Observemos que no tenemos que llegar al contacto los electrodos con la piel, ya que estamos midiendo un campo y no las corrientes superficiales de la epidermis.
Utilizando este sistema, el doctor Ravitz obtuvo cincuenta mediciones en quinientos pacientes. El estudio de este mal le permitió afirmar la existencia de unos ritmos, similar los conocidos «biorritmos», y que como éstos, describían los altibajos físicos y mentales a que están sometidos los seres humanos.
Estas experiencias confirmaron la teoría que este brillante científico, discípulo de Burr, ya había enunciado en 1948, y por la cual establecía que los estados mentales se reflejan en el campo L. Esto significa, simplemente, que podemos leer los pensamientos con la ayuda de un voltímetro de alta precisión, pudiendo saber así la relación que existe entre nuestro estado de ánimo y las energías que posee el biocampo.
Actualmente los investigadores aceptan la influencia de los factores meteorológicos sobre los ritmos del campo L, con 10 cual volvemos a encontrarnos con la realidad de nuestra conexión con el cosmos. Por otra parte, los resultados obtenidos por Burr en la medición de los campos L de árboles, llevaba forzosamente a esta conclusión. Durante años Burr mantuvo a varios árboles conectados con voltímetro s y el estudio estadístico del material resultante de las mediciones demostró la influencia del Sol, la Luna y la actividad geomagnética sobre el potencial de los árboles. Tanto las manchas solares, como la gravitación lunar influyeron en los campos L, con 10 que se pudo afirmar rotundamente la sujeción del mundo vegetal a las fuerzas del universo.
La imagen que nos sugiere el conjunto de estas investigaciones pertenece ya al inconsciente colectivo, y es la del hombre taoísta, con los pies firmemente asentados en el suelo y su cabeza dirigida hacia los cielos, actuando como puente de unión entre las energías celestes y las telúricas. Quizás el científico de hoy está actuando sólo como traductor de unos conocimientos que siempre han existido, pero expresados en forma distinta.
Pensemos, por ejemplo, en el yogui captando la energía cósmica por medio del pranayama, y veamos a continuación lo que opina Viktor M. Inyushin de la obtención de bioplasma por el ser humano: «Las partículas del bioplasma se producen continuamente por la acción de procesos químicos en el interior de las células, pero también existe un proceso de absorción, a través de los pulmones, de las cargas del medio ambiente».
Inyushin es el director del laboratorio de biofísica de la Universidad de Kazakh, en la URSS. En esta institución colaboró durante varios años con el famoso matrimonio Kirlian. Quizá su aportación más interesante es la del bioplasma, bioocampo formado por partículas subatómicas.
Aunque reconoce la existencia de otros biocampos, considera que se encuentran estructurados por el bioplasma, al ser éste el más estable de todos ellos. Cree también que esta estabilidad está dada por el número equivalente de cargas de origen contrario, y para continuar con imágenes familiares a los conocedores del yoga, diremos que Inyushin afirma que existe una concentración de la actividad bioplásmica en la columna vertebral y en el cerebro, siendo en este último diez veces más intensa que en la piel o en los músculos. Asimismo, la actividad es más intensa en el área del plexo solar (¡recordemos los chacras!), y para satisfacer también a los practicantes de las ciencias ocultas, existe una emisión de cargas concentrada en las puntas de los dedos y en los ojos.
No debemos olvidar en este resumen, al matrimonio Kirlian, creadores de la cámara de su nombre, mediante la cual es posible fotografiar el aura o biocampo de todos los seres. Dejando de lado las actuales controversias de si lo que se fotografía es el aura o es tan sólo el llamado efecto corona (lo que podemos aceptar en el caso de los cuerpos inorgánicos, cuya radiación en la fotografía Kirlian es estable), no creemos que quepa la menor duda de que las variaciones continuas en tamaño y color que presentan dichas fotografías sean debidas exclusivamente al biocampo, tanto si lo que nos muestran es realmente el aura o tan sólo las modificaciones que dicho biocampo produce en el efecto corona.
Alexander P. Duvrov, biofísico de la Academia de Ciencias de la URSS, cree en la existencia de un campo que, por su capacidad de manifestarse en la forma de cualquier tipo de campo energético, puede asimilarse a un campo unificado. Recordemos que una teoría del campo unificado que justifique la existencia de una transición entre los campos energéticos físicos conocidos ha sido la pesadilla de todos los físicos actuales, y tan sólo en estos momentos se cree haberlo resuelto. Duvrov afirma tan sólo la realidad de este campo unificado en el nivel de los seres vivos, pero la conformación a nivel microcósmico sería el primer paso para ratificar la existencia de un supercampo que los englobase a todos, físico y biológico, en un nivel macrocósmico.
Este campo biológico unificado de Duvrov se originaría en el ser vivo como consecuencia de los cambios en la estructura de las proteínas, que producirían alteraciones en la naturaleza de los espacios submoleculares, originándose así un estado oscilatorio de alta frecuencia.
Por sus características, afines en ocasiones a la materia viva y en otras circunstancias al campo gravitatorio, se ha denominado a este campo «biogravitatorio». Duvrov cree que el organismo es capaz de recibir y transmitir las ondas biogravitatoorias a considerables distancias, produciendo así todos los fenómenos estudiados por la psicotrónica (parapsicología). Asimismo existiría una capacidad de dirigir y enfocar esta energía que podría incluso convertir la energía de otro campo en materia, lo que explicaría las experiencias de Kevran sobre la transmutación de elementos químicos por los seres vivos.
A esta cualidad podríamos añadir la posibilidad del campo biogravitatorio de continuar existiendo con independencia del organismo que lo generó, lo que también sería una explicación del efecto Delpasse.
El efecto Delpasse es la demostración experimental de la existencia de una energía psíquica, o biocampo, que tras un proceso que es imposible sintetizar en estas líneas, es capaz de actuar en el campo físico incluso después de la muerte clínica. En el caso concreto de Delpasse, una persona que llevaba muerta más de media hora era capaz de conectar un televisor (téngase en cuenta que el cerebro empieza a descomponerse a los diez minutos siguientes a la muerte clínica).
Volviendo a Duvrov, diremos que la doble polaridad de su campo crea fenómenos de atracción y repulsión susceptibles de provocar fenómenos de tipo antigravitatorio, por lo que su existencia podría justificar todos aquellos fenómenos paranormales capaces de actuar sobre la materia, como la telecinesis, hasta ahora inexplicables.
Creemos que este breve resumen nos ha suministrado datos suficientes para que podamos construir una especie de retrato o modelo de la bioenergía, que podría ser el siguiente:
En el .omento de la división celular se crean unos estados oscilatorios de alta frecuencia que producen la bioenergía. Ésta puede manifestarse en forma de fotones creadores de luminiscencia, por medio de radiaciones de frecuencia similar a los rayos ultravioletas, o como ultrasonidos o corrientes eléctricas, pero todas estas manifestaciones son sólo distintas presentaciones de una única energía.
Esta energía existe también repartida universalmente y acompaña a los fenómenos electromagnéticos, lo que hace que muchas veces pueda confundirse con los mismos, pero es totalmente distinta, y es capaz de ser captada por los seres vives y por ciertas estructuras geométricas y determinadas combinaciones de materiales.
Esta fuerza interior al organismo, ejerce su actividad en un área a la que se llama biocampo, el cual se encuentra formado por varios campos menores emitidos por los distintos órganos del ser vivo. Los campos menores se encuentran estructurados por otro campo más estable, susceptible de medida e incluso fotografiable.
El biocampo puede extenderse sin límites y entrar en contacto con otros biocampos con los que intercambia información que en algunos casos puede representar un peligro y en otros una ayuda para el receptor de la misma.
“Existe una interrelación entre el biocampo y otros campos energéticos, siendo de destacar la influencia que los campos cósmicos y telúricos ejercen sobre el mismo, así como la influencia que este biocampo puede ejercer sobre la materia inerte. Una consecuencia de estas influencias es la posibilidad de reforzar el biocampo y mejorar así el estado físico del organismo, utilizando para ello campos de alta frecuencia y baja intensidad.
Esta capacidad del organismo de controlar y dirigir su biocampo, ejerciendo así una influencia no sólo sobre los otros seres vivos, sino también sobre la materia inanimada, merece un capítulo aparte.